dissabte, 26 de març del 2011

NARANJAS AMARGAS

Quise aquella noche ingrata asomarme al balcón de tu mirada. Estabas allí, envuelto en un manto de silencio. Tu rostro, manchado con antiguos colores, permanecía inmutable. Tu sonrisa sin sonrisa había dejado de existir en tus labios encarnados. Había huido también. A dónde, nadie lo sabía. Nunca supiste que había vuelto a ti, que mis manos habían acariciado las tuyas en un intento de congraciar tu vida con la mía. [...]


Dibujé tu cuerpo con mis manos, tu cara, todo tu ser, pero tú no estabas ahí para sentirme. ¿En qué momento dejaste de quererte? De regreso a casa te dormiste para siempre, sin saber siquiera que alguien había que te amaba, tanto que el corazón se le desgarraba de quererte.

Un leve parpadeo me distrajo; apenas duró un instante. Cuando regresé, un intenso aroma de naranjas amargas invadió sin remedio mi memoria. Recordé tu olor, tu sabor, el vivo color de tu mirada, unas veces azul y otras del verde color de la esmeralda. Y la suave textura de tu piel, bañada en miles de madrugadas.


Hoy intento rememorar el camino que conduce a ti, cada cañada. [...] Y en mi viaje, como único equipaje el anhelo de encontrarte, a mi llegada, bañándote en la madrugada y escupiendo de tu negro pelo las gotas de rocío que adornan como perlas las mañanas.