Dibujé tu cuerpo con mis manos, tu cara, todo tu ser, pero tú no estabas ahí para sentirme. ¿En qué momento dejaste de quererte? De regreso a casa te dormiste para siempre, sin saber siquiera que alguien había que te amaba, tanto que el corazón se le desgarraba de quererte.
Un leve parpadeo me distrajo; apenas duró un instante. Cuando regresé, un intenso aroma de naranjas amargas invadió sin remedio mi memoria. Recordé tu olor, tu sabor, el vivo color de tu mirada, unas veces azul y otras del verde color de la esmeralda. Y la suave textura de tu piel, bañada en miles de madrugadas.
Hoy intento rememorar el camino que conduce a ti, cada cañada. [...] Y en mi viaje, como único equipaje el anhelo de encontrarte, a mi llegada, bañándote en la madrugada y escupiendo de tu negro pelo las gotas de rocío que adornan como perlas las mañanas.